Cuando los ojos se acostumbran a la penumbra de la pequeñísima habitación de paredes de adobe y techo bajito de chapa, se advierte que se trata de la cocina: un rústico hogar a leña cumple las funciones de las hornallas, una piedra plana hace de tabla y la carne de cordero seca cuelga de las maderas tiznadas del techo.
Sentada en una silla chiquitita, María Sol Álvarez espera que su esposo, Gregorio"Goyo"Arnedo, vuelva de ver las ovejas. "No nos podemos descuidar, porque se juntan con las otras (se refiere a las de algún vecino) y se van para arriba (hacia el oeste). Ya estamos viejos para eso, pero si no lo hacemos nosotros ¿quién?", se pregunta ella mientras mueve un jarrito en el que hierve agua. "No estoy cocinando nada; hoy me levanté sin ganas", reniega.
María Sol nació en La Ciénaga hace 86 años y su esposo, en Tafí del Valle, hace 89. Hace décadas que viven en Mala Mala, donde criaron a sus 10 hijos. El mayor murió, cuatro se fueron a Lules y el resto, a Buenos Aires. Están solos desde hace varios años, pero no están dispuestos a abandonar el cerro. "Nos llevaron a conocer Buenos Aires, pero a mí no me gustó; hay que poner llave en todas las puertas. Acá se vive con más tranquilidad", protesta "Goyo" con una inocencia que sorprende.
La pareja es la más anciana de Mala Mala y, a pesar de los años que cargan, Gregorio y María Sol demuestran una fortaleza envidiable. Él se levanta todos los días a las tres de la mañana para salir a cuidar los animales. Ella se queda en la cama hasta las 7. A esa hora sale para a encender el fuego en la cocina.
Mientras a su esposo lo revisa el médico y los agentes sanitarios (se cayó mientras perseguía a las ovejas), María Sol va de un lado a otro. Camina rápido, con las manos como pegadas al delantal azul. En una de sus tantas idas y venidas, el pañuelo con el que se cubre la cabeza se mueve un poco y deja ver algo que sorprende: a pesar de la edad, en la cabellera parece haber poco espacio para las canas.
Rumbo a La Ciénaga
"Goyo" y María Sol poseen un puesto en La Ciénaga (paraje que se encuentra entre Mala Mala y Tafí del Valle). Durante décadas migraron hacia esa localidad con sus hijos a cuestas; partían detrás de los animales apenas comenzaba el verano. A los 89 años él sigue haciendo el trayecto, pero en soledad. "A mi mujer la dejo, porque le hace mal ir para allá. Pero yo me quedo ahí todo el verano. El pasto de La Ciénaga es lindo para los animales y hay que aprovecharlo", relata mirando la inmensidad del paisaje. Sus palabras y su mirada contagian resignación.